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Erg Chigaga, el desierto que soñaste

El Erg Chigaga es aquello que una vez soñaste, tiempo atrás, cuando tuviste el deseo de poder ir al desierto.

Es, junto al Erg Chebbi, del que ya habló la Oveja Negra Viajera en su genial_DSC0762 entrada y que puedes leer aquí, la otra opción que guarda Marruecos para aquellos con ansia de sentir lo que es un desierto sin tener que irse muy lejos. Se encuentra cerca de la frontera con Argelia, a unos 30 kilómetros de la población más cercana, M´hamid.  Pero hay una peculiaridad: en M´hamid termina la carretera, el recorrido ha de hacerse en vehículo todoterreno o en camello, porque uno se adentra en el reg, en la nada: el desierto de piedra; hasta llegar al erg, el sueño: el desierto de arena.

Hay diversas opciones para llegar a él, todas mediante excursión guiada, la diferencia es desde qué punto. Hay empresas que lo organizan todo desde Marrakech, lo cual puede ser una buena opción para aquellos que vayan poco tiempo y no piensen alquilar ningún vehículo para moverse por Marruecos.

Para los que alquilen coche (desde mi punto de vista, la mejor opción), hay opciones en Ouarzazate y, lo que yo hice y recomiendo, en Zagora, el último “gran” pueblo camino hacia el desierto. En ambas localidades se dejaría estacionado el vehículo alquilado y se cambiaría al todoterreno, mejor preparado para la ruta hacia el Erg Chigaga.

A parte de la opción de alquiler de coche, está la del transporte público:

  • En autobús de Marrakech a Ouarzazate y desde ahí hasta Zagora.
  • En grand taxi enlazando ambos puntos. Estos solo salen cuando están completos.

 

Una de las cosas por las que el Erg Chigaga puede ser una gran opción para aquellos que quieran disfrutar del desierto es el paso por el valle del Draauna cadena de oasis de más de 100 kilómetros de palmeras que hace un contraste espectacular con la rojiza tierra y los pequeños pueblos de adobe marroquíes.

Como he mencionado, yo elegí Zagora como lugar para comenzar la aventura desértica, es recomendable llegar antes de las 12-12:30 del mediodía porque el camino hasta el desierto son unas 3 horas y las expediciones suelen salir a eso de las 15:00.

Y digo esa hora porque aquí es donde llega la parte dura del viaje: la negociación del precio para la cual recomiendo un margen de tiempo.

Hay decenas de empresas que tienen como base de sustento las expediciones al desierto, que consisten en transporte con todoterreno y guía, alojamiento en una de las jaimas, cena, desayuno y vuelta a casa.

Casi todos comienzan con una cifra: 1100-1200 D (unos 110 euros) por persona. Yo lo conseguí bajar hasta 700 por persona (íbamos dos). Aquí, evidentemente, dependerá de cuánta gente vaya o de si se puede hacer coalición con otro grupo y llenar así el jeep, consiguiendo un precio más económico (y así socializar y conocer a más gente, de regalo).

Para los que quieran excursión en camello, también existe esa posibilidad pero no conozco los precios.

Bien, ahora ya solo queda disfrutar y… efectivamente, se disfruta. Mucho.

El camino de Zagora a M´hamid, todavía por “carretera”, por llamarlo de alguna forma,  es algo tortuoso, con tramos sin asfaltar y marcados desniveles (aquí se agradece no haber intentado llegar a M´hamid en el coche de alquiler).

Pasado M´hamid y el palmeral sagrado de Tagounite, se pasa a la pista de tierra y roca del reg, donde comienzas a tener la sensación, por fin ,de desierto.

Un horizonte de tierra yerma y vacía de cualquier signo de civilización, salvo cruces esporádicos con algún nómada y sus dos o tres camellos, deja claro que uno se está acercando a un  lugar especial.

Conforme transcurren las 2 horas que hay de M´hamid al Erg Chigaga, el suelo se va volviendo arenoso y el todoterreno comienza a lucir su poderío hasta que, cercana ya la puesta de sol, por fin llegamos al campamento del Erg Chigaga.

El cárdeno atardecer hace estallar el naranja rojizo de la arena que se extiende ante nuestros ojos.  La suavidad de las dunas ejerce un mágico y relajante influjo sobre nuestro cerebro, el cual se mezcla con la exaltación interior por estar ahí, en mitad del desierto… en mitad de la nada. La gran duna espera nuestra visita, debemos subir antes de que el sol nos dedique los últimos rayos de ese día.

Esta superficie solo admite que se la palpe en íntimo contacto y eso es lo que hago, sintiendo cada minúsculo grano de arena acariciando la piel de mis pies descalzos.

Estamos arriba. Un rato. O dos. O mil. Nada importa, he perdido la noción del tiempo, el cual no existe, solo hay distancia y espacio: el Sáhara al fondo y nosotros en su frontera. Parece mentira que aquellas  sensaciones que se soñaron tener, aquel lejano día en que se deseó venir al desierto, no sean más que una infinitésima parte de lo que se siente ahí arriba, en mitad de la nada. El sol  lanza sus últimas despedidas  y seguimos arriba, extasiados. Pero este no es más que el primero de los momentos del día en el que sentiríamos esta sensación, el desierto se guardaba aun otro as en la manga.

El hambre comienza a hacerse presente y bajamos la gran duna, corriendo, rodando… como niños en el primer día de playa. O mejor, como adultos en su primer día de desierto. Abajo nos esperan Ibrahim, nuestro guía y Mohamed, el cocinero, que vive temporalmente ahí, en la jaima. Tenemos la suerte de estar nosotros dos solos en el campamento y un té moruno con cacahuetes y galletitas calman un poco el hambre, estando en conversación relajada los cuatro. Llega la cena, dentro de la haima-comedor: un enorme tajine de pollo y verduras, una suculenta harira o sopa marroquí y naranja en rodajas con canela.

Conforme nos distraemos, la noche, de puntillas, se acerca con su gran regalo, el otro que tenía reservado el desierto: un mar de estrellas sobre nuestras cabezas una ventana directa hacia el TIEMPO y el ESPACIO.

No hay palabras. Es como estar flotando en el espacioEl silencio es atronador, es una presión en tu oído, no se oye absolutamente NADA, tan solo los defectos y pitidos que pueda tener tu propio tímpano. Es el mayor cielo que jamás he visto.

Ignoramos cuánto tiempo pasamos sumergidos en el vacío, tan solo andando, mirando, respirando, ahogando las voces entre susurros, por no insultar al silencio… . A la vuelta, la jaima se convierte en amigo y refugio, nos alumbra, nos da el momento para compartir un último cigarro, lo que queda del té y una somnolienta charla.

…y de los más cortos: nos levantamos antes del amanecer, el último regalo que nos guardaba el desierto. La gran duna nos vuelve a aupar y esperamos a que aparezca el jefe, el cual nos deslumbra más poderoso que nunca.

El frío del albor se convierte en cálida aurora y, poco después, en tórrida mañana. A las ocho, entre viento y arena, dejamos el Erg Chigaga, el espacio y las dunas para que ocupen un lugar entre los grandes momentos de nuestra memoria.

Para eso vinimos a Erg Chigaga, al desiertopara contar en algún momento del futuro, que hicimos algo digno para pasar a la historia